sábado, 15 de noviembre de 2008

Me fui de casa a tocar rocanrol..(parte siete)

En este momento, en una de sus partes, mi vida está atravesada por una drástica frontera que cruzo permanentemente cada sábado y cada martes a la tarde.

Después de cargarme el sábado con la energía de las 30 mujeres candomberas en la ribera de La Boca, con el maravilloso andar de tantas polleras que forman una manta sutil, que arrastran algo en la gente que les hace parar los autos para ver, soy cada martes la única que porta tetas en el ensayo de la banda. (Gente de chiste fácil, haga el favor de abstenerse en el sector comentarios.)


Noelia se hizo humo. Levó pandeiro y me dejó como una Mimí Maura solitaria, sin nadie con quién charlar acerca de los dolores menstruales.


Y entonces me pasa que al rato de estar ahí, rodeada de ésos seres que pueden ponerse impúnemente en cueros para soportar el clima de microondas que yo tolero con estoicismo mientras me deshidrato lentamente, siento lo mismo que cuando me cuelo en el picadito de los varones en el patio de la escuela. Una sensación de vereda a la tarde en octubre, de rodillas raspadas y moños en la cabeza, de ése respeto en sus masculinos ojos cuando en segundo grado salvé a Manuel Gómez de la penitencia, de mi papá mirándome arrobado, de jugar a ver quién escupe más lejos, de trepar al gomero de la puerta, de mi amigo Javi llorando por ella en mi falda, de mi desconcierto cuando se perdían mi carambola de pool en el bar de Lacroze por estar todos mirando un culo en otra mesa, de lo cálidos que se ven cuando los hago reír riéndome de ellos cruelmente.


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