lunes, 15 de diciembre de 2008

Me fui de casa a tocar rocanrol..(parte ocho)"Todos detrás del gran Peter Pan en la tierra del Noparamosmasnunca."

Sábado 13 de diciembre. Fecha doble. Primer round, costanera sur, anfiteatro, precediendo el show de Spinetta. Segunda situación, doce de la noche, galpón de Saavedra. Muestra.

Cuatro y media de la tarde, encaramada en unas sandalias demasiado altas, el micro chilingo y yo avanzamos frente a frente hacia la misma parada. Arriba es un quilombo, por supuesto, y yo me trepo. Allí está la tribu de los niños perdidos.

Dani está sargentón y quisquilloso, lo que puede resultar muy mal o muy divertido. Noto rápidamente que no hay que contradecirlo. Cuando diez minutos antes de la prueba de sonido me presenta a dos cuates de Calle 13 y me pide que hagamos los coros en una zapada que se le acaba de ocurrir, decido que por el bien de la humanidad le daremos para adelante. Y que sea lo que dios quiera, como siempre es en nuestras fechas (malditos jipis...).

Primer tema, cambiado dos minutos antes de subir, nadie está muy seguro de lo que debe hacer, sale flojito. Segunda canción, zapada, se lucen los chicos y armamos un lindo coro, más gozadito. Tercer tema, Ilé Aié, sale, sale. Y con el Iansamba me baja santo y quedo como Grace Jones enjauladita entre los monitores del retorno. Lindo. Creo que es el que más nos gusta hacer, va subiendo en intensidad en cada vuelta, corre y explota. Final de show: cagada a pedos de Dani al Bloketón por micrófono en el último toque. Uh..

Queda una fecha más, cierre de la muestra en el galpón. Hay que reivindicarse. Vino Vero Batuqueira, se arma. Están los chicos de Calle 13, buena señal. Los grupos que muestran están bien armaditos, con canciones lindas, con cantantes. Intento un foco de insurrección tratando de convencer al bloque de que cuando el pelado tire llamada salgamos con otro toque y otra canción para darle una cucharada de su propia medicina, pero no logro más que desafíos a que yo lo haga. Cobardes .

Salimos con E d'Oxum, el iyesá con pandeiro, allá el bloque, acá en filita los cantadores, la gente sentada ahí cerca. Graciela que se asoma, Álvaro que nos saca fotos como en un acto de la escuela, Amadeo que ya pilotea nuestra desprolijidad con los micrófonos, ya me empiezo a prender fuego, cierro los ojos, muevo los hombros, miro a los tambores. Estamos cantando en casa. El ruso que me viene a dar un abrazo con la birome en la oreja y el repasador, agarra una campana y se mete en el fondo a tocar porque no se aguanta, y en el medio Tomi que lo mira, Dani que se ríe, y nosotras esperamos en el banco hasta que nos dejen entrar de nuevo a jugar. Y hasta parece ensayado que entro bajito cuando los tambores bajan, hay fuerza y hay climas. Y en el último Iansamba de la noche, como el maratonista que ve la cinta del final y pone toda la carne al asador, levanto el pañuelo del desafío, hago justicia, le hago un cambio de micrófonos a Seba y salto allá, a lado de la batuta del timbal, al medio de los tambores, a cantar como poseída mientras pienso que no puedo creer lo que estoy haciendo pero qué felicidad. Salto, bailo, los miro, me río, me agacho me doy vuelta. De éso me recargo y sigo, cicatrizo, sano.

Y me siento una Wendy volviendo en taxi a dormir a casa mientras ellos siguen rodeando las estrellas en el micro de vuelta a Coronado.

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