domingo, 1 de marzo de 2009

Llamada de carnaval en la ESMA: Tocar llorando.

Tocar un tambor no se remite sólo a un evento musical. La vibración de los parches provoca algo en la propia vibración, atrapa o espanta, sin medias tintas. Algo sucede sobre todo cuando los parches son de cuero. Yo misma doy fe de haber florecido en éstos casi diez años en que mi corazón fue mutando de órgano vital a lonja que no calla. Seguramente África (que nos lleva siempre tanta ventaja en lo que a sabiduría de la vida se trata) mandó a sus hijos secuestrados como esclavos con sus tambores en el alma, como caballos de Troya. Ellos desaparecieron, pero alguien, siglos después, abrió la caja de Pandora. Y la bendita invasión musical volvió a tender ése puente de madera y cuero hacia la esencia.
Los tambores se agrupan y van encendiendo plazas de Buenos Aires, galpones y covachas, creando rondas invisibles de tribus no declaradas. Toman la energía de la tierra, la reciclan, la levantan.

Pero hay lugares en donde el trabajo es doloroso, y el proceso de sanar tiene más que ver con un exorcismo.

Ayer, en una convocatoria abierta, más de setenta tambores de candombe tocamos en la ESMA. Yo no puedo entrar ingenuamente en ése lugar, ni logro asistir con continuidad. Mucho coraje ha pasado por mis pies desde aquella primera vez en que fui a cantar para dar por abierto el espacio de las Madres, cuando no me animaba a buscar el baño por miedo a encontrarme de bruces con un pasado tan nefasto.

Formando filas junto al puesto de vigilancia por el que pasaban los secuestrados para el primer control, sentí la primera puntada de dolor frío pasarme por la espalda. Escuchaba y no escuchaba sonar los parches. Mientras caminábamos lento y las bailarinas en ronda levantaban los brazos al cielo pensé en la esperanza que vuela en un grito de socorro, la esperanza de que alguien escuche y venga a rescatarnos. Cuando sentí que no iba a poder seguir tocando, pensé en las vueltas de la vida y en el sabor de la justicia, de las cuentas saldadas. Un carnaval de madera y cuero desfilando por fin entre tanto verde militar. Una fiesta de libertad de origen moreno, desfachatada y bocona como muchos de aquellos que se durmieron para siempre en la ESMA. Dar un paso más, otro golpe en el cuero, y que los fantasmas pierdan el peso de piedra que no los deja llegar al cielo.

Ayer, sobre la callecita de la muerte, entre edificios cuadrados altísimos de aspecto pulcro y corazón de hielo, nosotros trajimos un carnaval para los hijos de ésas Madres, para que los tambores de sus almas vuelen por el aire como las de aquellos antiguos negros.

6 comentarios:

  1. uno de los post más bonitos que leí desde que soy bloggero.
    te felicto nena.

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  2. estuve ahi...cuando lo abrieron, y no me olvidaré nunca.,..

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  3. La energia que hubo cuando tocamos se me hizo carne y tampoco olvidare ese momento.
    Gracias a todos mis compañeros de tambor

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  4. gracias a usted, quienquiera que sea, por haber sido parte de ésa energía.

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  5. hermoso texto...fue eso lo que todos vivimos ese dia...publico bailarinas, tamborer@s...no es poca cosa que hoy suenen tambores donde ayer sonaron armas.
    un abrazo
    diego

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