jueves, 2 de julio de 2009

Algo como música



Su casa era un lugar de díficil acceso, no tanto por su ubicación geográfica sino por una resistencia a dejar que la gente se le metiera en el corazón. Un invierno largo, demasiado largo, la tenía acobardada. Y el virus del dolor en el recuerdo la hacía cerrar con llave tras de sí para evitar la recaída.

La entrada despreocupada del gitano la agarró con la guardia baja y en un santiamén lo tuvo sentado en el sillón de su living, con una pata sobre la mesita roja y gesto de invitado reclamando anfitriona. La sorpresa la dejó atontada y se encontró en la cocina preparando un mate para estrenar.

En un momento confuso al principio, el silencio fue más bello que la charla y la confusión dio paso al bálsamo del dejarse ir.

El entra sin permiso y cuando se le da la gana. Ella nunca lo espera y eso hace más maravillosa su costumbre de aparecer trastocando la velocidad del tiempo para dejarla siempre, en algún momento, suspendida en la burbuja de un íntimo silencio compartido.

1 comentario:

  1. En su jardín de Atenas Epicuro hablaba contra los miedos, contra los miedos a los dioses, a la muerte, al dolor y al fracaso.

    Es pura vanidad, decía, creer que los dioses se ocupan de nosotros. Desde su inmortalidad, desde su perfección, ellos no nos otorgan ni premios ni castigos. Los dioses no son temibles porque nosotros, efímeros, mal hechos, no merecemos nada mas que su indiferencia.

    Tampoco la muerte es temible, decía. Mientras nosotros somos, ella no es; y cuando ella es, nosotros dejamos de ser.

    ¿Miedo al dolor? Es el miedo al dolor el que más duele, pero nada hay más placentero que el placer cuando el dolor se va.

    ¿Y el miedo al fracaso? ¿Qué fracaso? Nada es suficiente para quien lo suficiente es poco, pero ¿Qué gloria podría compararse al goce de charlar con los amigos en una tarde de sol? ¿Qué poder puede tanto con la necesidad que nos empuja a amar, a comer, a beber?

    Hagamos dichosa, proponía Epicuro, la inevitable mortalidad de la vida.

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