viernes, 5 de marzo de 2010

De cómo siempre se puede encontrar un amor de tu vida cuando menos lo esperás

La china está renovando su habitación. El color azul que teñía la pared principal se le volvió demasiado aniñado a sus ojos y empezó a dar vueltas fastidiosa buscando un cambio (así como hago yo para terminar rapándome temerariamente a manos de mi peluquera dark con desorden de personalidades múltiples). Por suerte, a ella le da por las paredes.


Embarcadas ambas en la reforma total (lo nuestro siempre es a todo o nada) orientadas por su pasión sanguínea por los tigres, le dimos a la pieza un tinte oriental y la decoración fue mutando de kindergarden acuático a restaurant de sushi. Así, las paredes tomaron color borravino y los muebles de colores fueron esmaltados en negro (todo made in mamá mezclando pintura y cruzando los dedos para embocarle al mismo color, of course). Hicimos un viaje en bondi hasta Devoto para volver nuevamente en el mismo transporte con sendos puffs (muertas de risa con mi idea de usarlos para viajar sentadas en el 21), quedamos decoradas como cebras gracias a nuestra torpeza natural que nos hizo apoyar el culo en absolutamente todos los muebles recién pintados (decoración que duró una semana, porque el esmalte es imposhiiiible de sacar del cuerpo a fuerza de esponja y jabón), y el viernes, el casi toque final estaba programado. Mercadolibre mediante, compramos unos moduletes de fresno negro que se convertirían en biblioteca cúbica para colgar en la pared.

En un ataque de extremismo ahorrista, decidí hacer el pago en persona y retirar los módulos del local que, según versaba el anuncio, era en "capital". Yo siempre olvido que la capital es grande y encierra barrios misteriosos. El local era en Caballito...

Luego de pasar la cena estudiando la filcar (mi dificultad para entender un mapa merece un post aparte) entendí que la mejor manera de viajar era llegar hasta la terminal del subte D y tomar el subte A hasta casi su terminal. O sea, tenía que salir de mi casa a las cuatro para llegar a destino a las seis.

Luego de la reunión de maestros, con toda la tarde del viernes por delante, metí el tejido en mi bolso rojo (estoy haciéndome unas pantuflas amarillas divinas), cargué el mp3 y me dispuse a pasar una tarde de mi vida montada en transportes públicos.

Al primer subte, poca bola. El estilo impersonal y rejuntado de la línea que viaja debajo de avenida Santa Fe no me despierta mayor asombro. Me la pasé tejiendo mientras escuchaba la conversación de dos maricas divinos que no sé si contaban su vida amorosa o la mía, lo que me dejó con la sensación de que encima de todo, ni siquiera soy original para las complicaciones.

Tomar el subte A en cambio, es como sacar un boleto a 1920. El detalle de las columnitas ornamentadas, los azulejos amarillos de las estaciones, las letras esmaltadas sobre chapas azules, la madera de los asientos, la penumbra del vagón.. iba comiendo gotitas de amor billiken (implorando no partirme una corona en mi afán de masticar cada caramelito con furor) y sintiendo que el tiempo metido en el tren iba marcha atrás, paseando con todo el cuerpo por las venas de la ciudad.

Después de una eternidad entretenida, llegué por fin al culo del mundo a buscar la biblioteca para chinatown.

Inmediatamente supe que, efectivamente, el subte A viaja para atrás en el tiempo. Una galería sesentosa, laaaarga como esperanza de pobre, llena de locales diminutos, uno al lado de otro, casi todos cerrados y tapizados con papel de diario, era el destino indicado. Allí debía buscar el local 35 (como decía mi papelito en donde había tomado nota de todo lo que la voz con la que acordé la transacción me había indicado). "Te va a estar esperando Maxi" me dijo la voz en el teléfono. "El tiene la nota de pedido y ya se está ocupando de llamar al taxiflet. A las seis te espera en el local". Caminé por el pasillo con dibujos psicodélicos en el piso, círculos rojos con bordes dorados, ya tentada de la risa pensando en todas las posibles situaciones que podrían esperarme en un lugar tan desocupado como aquella galería. Los negocios vacíos, empapelados con diarios amarillentos, una librería repleta de libros viejos, cerrada y oscura, ni un sonido de radio con cumbia. Allá a lo lejos, casi al final, la luz fluorescente que salía por una puerta abierta me dio la esperanza de encontrar algo con vida. "¿Local 35?" pregunté con la sensación de estar dando algún tipo de contraseña secreta. Del local liliputiense de vidriera modernosa forrada de negro emergió tímidamente un muchacho más asustado que yo. Después de un silencio inllenable que sobrevino detrás de la presentación de rutina, pregunté si el flete que me llevaba de vuelta estaba ya en camino. Él contestó algo, amablemente llamó por teléfono, me entretuvo mostrándome distintas fotos de cómo quedaría el modular y entonces, mi mirada se perdió tarareando mentalmente "Azul" de Cristian Castro y fue a parar debajo de la escalera.


Y lo ví.


Se me fueron los ojos abiertos como monedas detrás de la mano ya estirada y al grito de "¿¿y ésto??" me arrodillé a sus piés. Miré al muchacho con la manito estiradamente quieta como pidiendo permiso para tocar.

Era él. Yo sabía que era él. Tapa de guatambú y cuerpo de fresno, de color oscuro y detalles arabescos, con el agujero en forma de diamante y dos cuerdas graves como bordona, él era el cajon flamenco de mi vida. "Los hago yo.." dijo el chico alto y rubio (y anoté que ya tengo un motivo más para darle unos besos en cuanto la vida me lo permita, además de esos ojazos azules de artesano sensible que tiene)

Corrí a buscar un cajero para sumar al contingente bibliotecoreril al nuevo amor de mi vida (lo mío no es dudar) y nos vinimos en flete todos juntos, con un señor de lo más fastidioso que movía la patita mientras se fumaba un Marlboro atrás del otro mientras yo miraba pasar la vida por la ventanilla, chocha de la vida sabiendo que el Roberto que me faltaba venía viajando a mis espaldas, codo a codo con las bibliotecolas de la china.

Por supuesto, me pasé las horas siguientes sacándole todos los sonidos que trajo dentro, casi me vuelo tres falanges, tengo las manos como racimos de salchichas y los vecinos ya no me mirarán con el mismo cariño que hasta hoy.
Pero qué placer da encontrar por ahí las cosas que pertenecen a mi alma.
Y olé! (con todo respeto)





6 comentarios:

  1. Lo tuyo es la percusión. La percusión y la aventura.
    Es estupendo convertir la rutina en una historia de misterio.
    Con qué gusto te leo.

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  2. Que bien contás. Que bueno esos encuentros con las cosas que a una le pertenecen y aún andan dando vuelta por ahí.
    Me quedé con ganas de que también mostraras las repisas de la China, jaja

    Saludos.

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  3. Qué bien contado! Anduve en subte esta noche, eso es seguro. Acá no tenemos, así que no es poco!!! Pude sentir la inmensidad de la ciudad y sus rincones llenos de magia. Esa gente, esa linda, esas cosas preciadas esperando... q ya nos pertenecían.
    De nuevo... por qué a veces nos desesperanzamos?? me acabo de olvidar.
    Besos.

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  4. El quid de contar una historia es hacer que otros la vivan a través de nuestras palabras. Eso es arte.
    Cordialmente,
    Yo.

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  5. Flaca tenés el mismo cajón que yo! Hubiera sabido y te daba el tekéfono de XXX hace unos años!!!

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  6. Es que yo nunca sé lo que busco, mostro. Las cosas me encuentran a mí. (Igual, es tentador saber que tenés el teléfono de ese muchacho con esos ojazos..) (pero nah, tampoco. La gente también tiene que encontrarme a mí.)

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