domingo, 28 de marzo de 2010

El Zar Nicolás

Tiene el pelo siempre en rebelión como la peluca de Tato Bores. Los ojos verde gris, el ceño fruncido y la trompa permanentemente en posición como para largar el primer ¡uh! de todo lo que propongo.

Es el que anda de brazos cruzados, el candidato a ligar los castigos de los maestros, el que resuelve todo con un bife, lo asume y se va solito a pararse en el rincón. La injusticia le revuelve las tripas al límite de la violencia, la paciencia jamás lo acompaña, las niñas le temen y los varones lo odian en silencioso (y nada boludo) respeto.

Está de más decir que se ganó mi corazón el mismísimo día en que lo ví, cuando pude oler la nobleza que se desprende de su corazón voluntarioso.

Combatió todas mis propuestas de juegos, desestimó mi capacidad para contar cuentos, fue el primero con quien quedé parada sujetando firme la rienda en el borde del precipicio a la falta de respeto.

Pero nunca dejé de tenerle fé.

Tuve que salir con él después del episodio a tener en el pasillo una conversación de altamar:
-Nicolás, vos sabés que en todos los barcos hay un comandante, uno que es el que manda a todos los demás, y en este barco, el comandante soy yo. Pero un comandante necesita un valiente capitán.
(Me miró por primera vez en dos semanas)
-..Y yo quiero pedirte que seas mi capitán.
(el brillito en los ojos fue un destello de un segundo, cuando me miró fijo casi con desconcierto. Entonces, volviendo rápidamente a fruncir toda su cara, dijo las palabras que yo esperaba oír, con voz de cadete obligado a ir al kiosco)
-¡Bueno, está bien!

El barco toleraba un poco mejor el oleaje y ya casi empezaríamos a navegar mares más calmos. Venía mi prueba de fuego: el primer ritual de festejo de cumpleaños.

Yo, la nueva, la de afuera, la que no se sabe de dónde cayó, la que cuenta distintos los cuentos, la que canta canciones modernas, la que dice mal el lema, la que no anda tejida naturalmente por la vida y se pinta los ojos a la mañana, la que prende mal las velas, la que no sabe los colores de los días y confunde el día de la fruta con el del cereal, yo, la peor de todas, tenía que llevar el bote a través de la prueba de fuego. Y salir ilesa.

Preparé la imagen con cuidado, repasé los tiempos de la merienda, las canciones, los pasos, preparé las velas de cera que me trajo Andrea. Evoqué para escribir la historia de la cumpleañera la cálida sensación que me provoca cantar. Y en ese mismo estado, siguiendo la alegría de jugar que llevan mis manos, armé la corona de cumpleaños más hermosa que supe armar.

Como lo suponía, él boicoteó todo el ritual las veces que pudo, sin lograr que mi enojo saliera por los ojos como dardos ni una sola vez. Pero cuando calcé sobre la cabeza de Uma esa corona de gemas falsas y plumas de papel, escuché salir bajito de su boca:
-..qué linda corona..
Y supe que por fin soy su maestra.

5 comentarios:

  1. También son esos los que me gustan a mi: los insumisos, los que hay que ganar, los que no se rinden...uf: enhorabuena.

    ResponderEliminar
  2. Así esta parejo, los dos aprenden uno del otro, usted de él y él de usted... Es un delicado equilibrio eso si. Un abrazo y salute

    ResponderEliminar
  3. Me encantó la historia!!!!!
    Los pequeños rebeldes difíciles de digerir que harán la diferencia.-
    Con Seños así, que los hagan parte y no les corten las alas.
    Besote.

    ResponderEliminar
  4. Seducir a los resistentes reconociéndolos como los capitanes que son. Tus instintos no fallan.

    ResponderEliminar
  5. Me emocionaste boluda.

    Perdón por la licencia de insulto cariñoso pero no supe decirlo de otra manera.

    ResponderEliminar