miércoles, 11 de agosto de 2010

Milagros


Ella venía caminando por el patio, con su metro y apenas algo, con ese cómico bamboleo de diva pequeña, golpeando una contra la otra las dos fuentes de redondo metal en las que su papá nos convidó hoy la merienda.

(Es la más caprichosa de todas las diminutas leidis de mi clase, puede convertirse en un minuto en la pesadilla de todo maestro, la que deambula por el salón de clases provocadoramente para empezar una carrera que le quita a cualquiera todo vestigio de autoridad. Y en sus ojos reluce una dulzura infinita, un alma de reina madre compasiva, y te suelta en la cara verdades como bifes, y te deja noqueada pensando la vida..)

Ella venía caminando y yo la miraba venir como todos en la puerta de la escuela, agolpados intercambiando saludos y noticias de la jornada de clases. El ruido de las asaderas golpeándose resonaba claro en el barullo festivo de la salida y la atención de todos se sentía levemente reclamada.

(Los chicos habían preguntado por Iván. Finalmente llegaron a la conclusión de que algo en él era diferente. No es sencillo explicar el autismo cuando yo misma no tengo totalmente claro de qué se trata. Entonces, en el afán de darles una imágen para comprender, les dije que Iván todavía no había encontrado el camino para encontrarnos. Caras de comprender perfectamente, tasa-tasa, y a la mañana siguiente, mientras preparo la merienda, ella viene y dice lo más fresca - Yo creo que para que Iván pueda encontrar el camino para encontrarnos somos nosotros los que vamos a tener que entrar en su mundo y encontrarlo a él-, y se queda mirándome como si yo pudiera volver los ojos a mis órbitas y darle una respuesta.)

Ella venía caminando y haciendo sonar fuente contra fuente y cuando estuvo en el medio del tumulto de la salida, en lugar de cantar el payaso plin plin o decir "paso a la reina" soltó:

Escuchad, escuchad el resonar de la conciencia

y nos dejó pasmados.

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