sábado, 23 de enero de 2010

Colores verdaderos

Enero.
Enero de 36º promedio de temperatura.
Enero escaso de viajes que tiene a todo el mundo apiñado comprando Rolito en Buenos Aires.

Yo ya sé que lo mío no es planificar, pero insisto. Y así vi cambiar de hoja todos mis planes de sierras cordobesas y mares uruguayos a manos de mi limítrofe decisión de renunciar con una claridad de corazón que no me conocía.

Esta insistencia en buscar por adentro de mi esa voz ahogada, esa voz mía, revolver sacando la basura, hurgar entre tanto mueble inútil y por fin agarrarme la mano y empezar el rescate, fue floreciendo sin que yo me diera demasiada cuenta. Muté hasta que me volví más parecida a mí y ya no se me hace posible no caminar de acuerdo a como siento. Y confío en que lo que sucede no es bueno ni malo. Es parte de mi camino.

Después de tanto parto, de tanta verdad para conmigo, de tanta entrega sincera, una escuela nueva me llegó hasta los pies y en quince días estaba reorganizando mi verano entre pintura en el patio y libros y más libros en la mesa del living (busquemos ya una palabra para ese cuarto que no sea "sala").

Las dos primeras semanas me convertí en una trituradora de conceptos que se metieron en los surcos de mi cerebro mientras, de pausa en pausa, aprendí a sacarle a la lira las canciones que yo me sé cantar. Se me metió la antroposofía por un ojo y me quedé pasmada con la claridad de alguien diciendo cosas tan modernas setenta años atrás. Me reconocí en muchas páginas mientras intentaba jugar con las pastas formando colores como harán los enanos que voy a conocer este año y a los que acompañaré hasta el final de su tránsito escolar, pasando de grado todos juntos de la mano.

Siempre viví mi trabajo con emoción (díganme cómo se puede ser formadora de niños y dejar el corazón en el ropero..) intentando amoldar mis ideas de respeto profundo a la infancia con la locura exitista de lograr que los niños sean cada vez más temprano convertidos en pequeños adultos, descifrando la escritura sin tener aún real conciencia del significado de una palabra, operando con varias cifras como promesa de futuros genios adolescentes, perdiendo por el camino los únicos doce o trece años de su vida en los que podrán ser niños en pos de ganar una ficticia carrera contra el tiempo. De pronto me encuentro con una escuela que propone las locuras que yo pienso. Y, aunque convengamos que las escuelas no son en sí mismas maravillosas o no (eso siempre será obra del ser maestro), es mucho más cómodo ir por la vida con un zapato que a uno le calza justo.

Entonces voy navegando entre palabras nuevas, entre nuevos conceptos que no me son tan nuevos, en donde la palabra que tanto me da vueltas aparece una vez y otra vez frente a mi nariz: fluir, fluir, fluir.

Y allá fui y allá voy, colgada de una liana al grito de ¡banzaaaaaaiiiiiii! a tirarme en aguas profundas, a entregarme de una vez a todo lo que digo, a ver cómo es, y casi que me sale bastante bien esto de ir sin oponer resistencia, sin agarrarme (y mierda que aprender a soltarme fue más difícil que dejarme sacar una muela de juicio)

Pero cada paso que doy me lleva un poco más lejos del mundo en el que solía vivir antes, cuando no me preguntaba nada, cuando todo era cuestión de repetir las mismas reglas para obtener los mismos resultados que, no te hacían feliz, pero no demandaban demasiado esfuerzo. Y a cada paso tengo que volver a inventar el mundo, a inventarme en esa que voy siendo.

Mientras mi espalda protesta con contracturas tamaño baño por las responsabilidades que siento sobre mis hombros, yo voy dibujando la maestra que puedo ser, la que quiero ser; calculo mentalmente el camino que mi hija recorrerá sola hasta su nueva escuela, pienso con felicidad que nos hemos ganado la media jornada y que las tardes (al menos varias tardes) serán por fin nuestras y voy dibujando la madre que quiero ser, la que voy siendo; encuentro unos espacios de charlas maravillosas con mamá, unos lugares en donde hablamos de una manera nueva, muy cercana, de dos mujeres que se van reconociendo y se eligen en cada charla, y voy dibujando la hija que quiero ser.

Pero todavía, por más pastas de colores y pinceles que me traiga, el papel en blanco me mira desde el piso esperando que me decida, esperando que mueva los dedos y le dé el color nuevo, la forma brillante, y yo no consigo, no logro todavía, no encuentro cómo, con qué trazos firmes, dibujar a la mujer.


3 comentarios:

  1. Ten paciencia: esa mujer se irá dibujando sola. Los trazos esenciales son hermosos, lo demás...deja fluir.

    ResponderEliminar
  2. tiempo al tiempo...todo se da sobre la marcha...y encima cuando uno no se lo espera...
    escuchando 06- Theres's Gonna Be Some Rockin'\AC-DC\Dirty deeds done dirt cheap

    ResponderEliminar
  3. Ya está delineada esa mujer, adentro. Pronto entrará en acción. Ni bien se distraigan las ansiedades. Me alegro tanto!!!
    (No querés ser la maestra de mi hijo??? Tanto sería tanto más fácil con una aliada así...) Beso.

    ResponderEliminar