Hoy tengo muchas cosas en la cabeza y nadie con quién charlar. Mejor así. Domino mejor ésta forma de conversar, menos impetuosa que tenerme enfrente sin parar un minuto de mover las manos y revolear los ojos mientras hablo.
Estoy pensando desde hace un rato en alguien a quien quiero ver pero no voy a hacerlo. Y pienso que no voy a hacerlo porque aprendí desde mi propio deseo que no se desea lo que se tiene. Se desea lo que no. Empiezo a comprender esta pequeñamente morbosa relación de los seres humanos y el dolor. Eso que pica.
Pienso que alguna vez esa relación con el dolor tiene que terminar. Y dar lugar al increíble placer de decir exactamente lo que se siente, ése segundo en que la boca y el corazón se conectan y uno dice nada más que la verdad. El instante mágico en el que el suicida, sorpresivamente, remonta vuelo.
Pero a la gente no hay que matarla de un síncope. Entonces, juego.
Pero el ancho de espadas lo tengo yo.
Truco a la nada.
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