domingo, 12 de octubre de 2008

Me fui de casa a tocar rocanrol..(parte tres)

Pol Neiman dijo algo por acá el otro día, algo que yo todavía no había conectado en mis pensamientos. La Chilinga y el tren.

Vale decir que el tren es una parte importante de mi vida. Mi casa estaba cerca del tren. La estación Mitre, su puente de hierro rojo, la feria, la placita, sus durmientes, todo anda dentro de mis recuerdos y me hace ser de una forma particular.

La gente que viaja en tren es diferente de la otra gente. El universo de los trenes tiene una mística distinta a la de la calle y los colectivos, otros tiempos, un sabor a antigüedad o a jipi patasucia, como diría mi cuñada.

La Chilinga tiene mucho de eso. Su gente tiene mucho de eso. Ése tiempo lánguido para las cosas, que a veces puede ser exasperante, ésa despreocupación de dejarse llevar en un vagón sin saber la cara del maquinista, que bien podría ser un loco o no existir.



La Chilinga hace sus nidos cerca de una estación. Martín Coronado, Saavedra, Gascón. El sonido del tren se asemeja al sonido de las batucadas, medio murgonesco, desprolijo y con pasión.

Cada cual en su mundo, en su historia, vamos de a grupos en el mismo vagón sin destino preciso, por el sólo placer de hacer nada importante, pero ciertamente vital: ser felices sin ninguna utilidad práctica.

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