jueves, 2 de octubre de 2008

Soy un emmo


Uno o dos días al año me dejo ganar. Casi siempre es entre septiembre y octubre, cuando el envión que vengo trayendo desde enero pierde velocidad. Entonces una tristeza pesada me sube por las piernas hasta la cara, me opaca los ojos y me aplasta un poco contra el colchón. Dejo salir todo el dolor acumulado hasta desangrarme. Creo que ya ni siquiera es mi dolor lo que sale. Lloro penas ajenas con las mías. Penas de los chicos que me dejan cuando los abrazo, penas de mi hermano, de mis viejos, penas de mis abuelas, de amores de otros, de desencuentros, tristezas que nadie admite y le dan a mi corazón una afinación particular que me hace cantar el tango como si supiera.


Solamente después de abrir esas puertas escondidas logro entregarme con furia a la primavera.

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