Recuerdo la primera vez que olí a mi hija. Fue un olor muy familiar que inundó mi casa y mi vida durante un tiempo de meses.
Olor a piel, a carne, a algo mío que trascendía la máscara del jabón y el gel perfumadito del pañal. Un perfume que me obligaba a apoyar muchas veces mi nariz en su panza, sus manos, su frentecita.
Alguien debería envasar esa esencia para las veces en que el dolor se vuelve insoportable.
Divino!!!.
ResponderEliminarPero... usté es un frasco de eso. Créame. Póngase un poquito cada vez que le duela, caramba.
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