Ya de movida salir de la escuela a las dos es como un portal a otra dimensión. La tarde era nada más que un recuerdo de mi infancia, y ahí está otra vez con sus estaciones de tren, su siesta y sus paraísos en la vereda. El tipo de la boletería de la estación Cetrángolo es el hombre invisible para mí, pero detrás del espantoso vidrio espejado (que me hace sentir una boluda autohablándose) siempre me dice "Muchas gracias, sos muy amable. Que tengas una hermosa tarde." Y a mí, que me encantan las cosas que huelen a señales, me encanta.
Embocarle al furgón es una aventura. No logro descifrar cuál es la lógica que motiva su azarosa ubicación, y termino siempre corriendo temerariamente con la bicicleta por el andén hasta alcanzarlo. Ahí adentro, casi siempre somos los mismos. Nos reconocemos por las bicis y hacemos el viaje en respetuoso silencio de ascensor. Mientras viajo ando paveando con la camarita del teléfono y llamo la atención. O serán los anteojos. O estas rastas de Bob Patiño. O yo.
Hay gente que no para de sorprenderme... usted es una mi queridisima Yanina.
ResponderEliminarBeoss grandes
Pablo (ex compañerito de cantos)
El sólo hecho de ir a La Chilinga puede resultar un portal a otra dimensión, sin siquiera saber a cuál dimensión va uno a ir a parar ni menos aún si habrá regreso.
ResponderEliminarDe todos modos, Coronado o Saavedra, el tren sigue siendo un emblema.