lunes, 19 de octubre de 2009

Sintomatología confusa




Por algún equilibrio sabio de esos equilibrios sabios que, dicen los reflexivos, tiene la naturaleza, mi temperatura corporal está rayando el límite más bajo dentro de lo que la medicina dice "es normal". Es decir, ando por la vida con algo más de 35º por adentro, nada más.
Esto es una ventaja si se tiene en cuenta que tengo una predisposición innata a arder. Cuando canto, por ejemplo, se activan todas las células de mi cuerpo, colisionan y hacen fricción por adentro, quedando así mi ser, entonces, al borde de prenderme fuego fácilmente y sudando como un marinero ruso acorralado en la cocina por el cariño de sus compañeros. El mismo fenómeno físico ocurre en las contadas ocasiones en que me enojo (cosa que ocurre por suerte pocas veces, como los solsticios o los equinoccios, pero que cuando pasa, pasa..) y cada vez que hago algo con pasión.
De ahí lo maravilloso de mi márgen térmico que me permite encenderme sin coagular mis glóbulos una y otra vez.
Pero tan oportuno detalle tiene sus complicaciones, como todo las tiene. Con tan baja temperatura, es muy difícil, por ejemplo, notarme la fiebre. Para llegar a 37 y medio mi cuerpo pone toda la carne al asador, pero no se detecta sino tras dejarme media hora un termómetro en el centro de la axila.
Como este cuerpo no cuenta con el calor necesario para cocinar un virus, ha desarrollado otras maneras de combatir, que voy aprendiendo a reconocer a fuerza de pasar los mismos senderos una vez y otra vez. Como el ruidito del motor del auto cuando se le pitiribean los coflejetes y te avisa con un taca taca de tornillo para que sepas que algo no funciona bien, cada vez que mi cuerpo está peleando un virus, yo muero de tristeza.
Donde debería haber fiebre hay un llanto fácil y descontrolado, que asoma tanto al abrir un paquete de regalo del día de la madre para encontrar un cd de Mercedes Sosa como para reclamarle al de la verdulería a moco tendido que me dio una bolsa con manijita rota.

Una pena azul que me tuvo en ascuas desde el viernes hasta que ayer, al levantarme, sentí como un dedo apretándome el tubito de la garganta por adentro, dificultando la tarea de tragar saliva.

Tres llagas. Tres piquetes de diminutas y jodidamente dolorosas ampollas blancas.
No era tristeza por lo retorcido que funciona el mundo (claro, si a esta altura ya lo tenemos más que entendido..)
Eran lisa y llanamente unas malditas anginas.



2 comentarios:

  1. Estimada señorita:
    Es mi ilusión invitarla a que siga a lo largo de estas semanas, a través de mi humilde blog (www.molestoluegoexisto.blogspot.com), el ensayo que realizó acerca de la dulce obra escrita por el genial Saint Exupery; El Principito. Esta breve creación tiene mucho de profundo. Pero no se trata de una profundidad plomiza, suprametafísica o hiperintelectual, ¡para nada! Todo lo contrario, el mensaje del principito es sencillo, directo y preclaro.
    Mi objetivo es que juntos saquemos el máximo jugo a la brillante creación del francés… sin duda esta apasionante labor nos servirá para alegrar nuestros espíritus y crecer un poquito más.
    Un animoso saludo desde la isla de Gran Canaria.

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